A todos nos gusta poder comunicarnos al instante con nuestra familia o que desde nuestro trabajo puedan dar con nosotras en todo momento. Por eso hemos recibido con los brazos abiertos al teléfono celular, muchas veces sin saber ponerle límite. ¿A quién no le sucedió viajar en un colectivo o simplemente caminar por la calle y escuchar con lujo de detalles la conversación de un ocasional transeúnte con su familia o con su jefe? De la misma manera, ¿Quién no sufrió la irrupción de su campanilla y sus relampagueos cuando estaba manteniendo una charla intima con su pareja o escuchando las confidencias de su mejor amiga? Entonces, así como respetamos las disposiciones de no usar los celulares en bancos, vuelos en avión, cines, teatros o manejando un vehículo, también debemos evaluar que hay conversaciones privadas que merecen tanto o más respeto que esos lugares públicos. Hay momentos en que dejar la ansiedad y el apuro de lado resulta mucho más valioso que lanzarnos sobre un presente efímero. Ejercitemos nuestra capacidad de saber distinguir lo secreto y lo privado de lo que pertenece al mundo formal.